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Por diseñar castillos sin almenas perdí, otra vez, las llaves de mi casa.

lunes, 3 de julio de 2017

Timoteo Mendieta tenía 41 años y siete hijos el día en el que le mataron.

Por rojo.

Acabada la guerra, un vecino y un militar le delataron y fue condenado por auxilio a la rebelión.

Fusilado con otros 21 hombres y arrojado a una fosa.

Acensión tenía 11 años cuando arrancaron a su padre de su hogar como a un fruto sin madurar de un árbol.

Sus abuelos maternos no quisieron ayudar a la familia porque siempre se opusieron a que su madre se casara con un hombre de izquierdas y sus hermanos y ellas tuvieron que irse a vivir con los abuelos paternos.

Allí su hermano pequeño dormía sobre la tapa de un baúl.

Y su madre cambiaba loza por judías.

La vida siguió sin Timoteo.

Ayer, después de 78 años, Ascensión enterró por fin a su padre.

Y lo hizo tras una larga lucha en la que ha tenido que recurrir a la justicia argentina para poder localizar los huesos de su padre porque en España las partidas presupuestarias para la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica están congeladas.

Ascensión estaba alegre y también emocionada.

Es la única de sus seis hermanos que sigue con vida.

Y lo ha conseguido.

A pesar de que le dijeron que para qué iba a remover el pasado.

Que lo dejara estar.

Que para qué recordar viejas heridas.

Una existencia con un padre asesinado no es una vieja herida.

Una existencia sin un padre es una herida viva.

Es la pérdida a la vez de todas las cosas que pudieron ser compartidas y no lo fueron.

Ascensión probándose un vestido para ir a un baile.

Ascensión presentando al chico que le gustaba en su casa.

Ascensión dando a luz.

Ascensión saboreando por primera vez las chirimoyas.

La cara de Ascensión al ver al hombre pisar la luna.

Sus pies en remojo en una ría.

El sol en el año 1975.

La cumbres, hace treinta segundos.

Se estima que son 114.226 los desaparecidos por el franquismo.

Y todavía hay gente que cuestiona las razones de aquellas personas que buscan los restos de sus familiares.

¿Quién puede obligar a otra persona a que olvide?

¿Quién puede medir el grado de dolor de otra persona?

El Estado tiene una obligación moral con los familiares de aquellas personas que necesitan consuelo.

Que merecen aliviar su pena.

Y no hacerlo es indigno y vergonzoso.

Porque después de tantísimo tiempo, unos restos son la prueba de que las personas que desaparecieron, existieron.

Que no fueron un sueño o una invención.

Que estuvieron aquí con nosotras y nosotros en este planeta.

Decía Miguel Hernández

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.

Ascensión ha sido el ruiseñor de su padre.

Una mujer que no ha parado de cantar a Timoteo.

Hasta volver a encontrarlo.

-Roy Galán